Entonces te descubrí de nuevo en mi puerta, y todos los meses que habían pasado cayeron pesadamente sobre mi ser con certera fatalidad. Tu aroma a mediterráneo escapaba a gritos de tu piel dorada e inundaba la habitación cargándola de un incienso de ilusiones. Luego una cena, la caminata acostumbrada por la costa y un té de ananá con el mismo dulce aroma embriagador y apacible de tus ojos, frente al mar, otro mar, nuestro mar.
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